Y habrían continuado así toda la noche, hasta que en el fondo de la última tinaja hubiese comenzado a rascar el jarro insaciable, si una vocería atronadora, rociada de descargas, salida de repente de las inmediaciones de la plaza, no hubiese repercutido fatídicamente en el corazón de los chupanes. Y Pomares, exaltado por su discurso y comprendiendo que había logrado reducir y conmover a su auditorio, se apresuró a desenvolver, con mano febril, el atado que tenía a su espalda, y sacó de él, religiosamente, una gran bandera, que, después de anudarla a un asta y enarbolarla, la batió por encima de las cabezas de todos, diciendo: —Compañeros valientes: esta bandera es Perú; esta bandera ha estado en Miraflores. Resumen. El peligro es cosa de un momento. —Así es, taita, pero Chupán quedó con deuda. Y los yanquis, ginjoísmo[*], que también es un vicio. Servicios de diseño gráfico y comunicación para empresas solidarias. Nada de tiros. —El revólver es lo de menos, mi querido señor. Y mientras yo gritaba con toda la heroicidad de un avaro a quien le hubieran descubierto el tesoro: “¡Canalla! —Y para que ustedes no me coman a mí, si es que el zorro puede más que yo —contestó el alcalde, vaciando en seguida, de un trago, el jarro de chicha. A mí me habría importado poco lo de la muerte. Paucarbamba no es como Marabamba ni como Rondos, tal vez porque no pudo ser como éste o porque no quiso ser como aquél. Me limité a contestarle: —Si yo no fuera juez le daría a usted mi revólver. Y la crueldad es una fruición, una sed de goce, una reminiscencia trágica de la selva. Pero peor nos tratarían los mistis chilenos. Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello, sino porque ante el poder del ushanan-jampi no había juramento posible. —¡Perro! Todo esto tenía malhumorado y cejijunto a taita Ramun. —Usted por comedimiento, o voluptuosidad, se apresuró a cumplir un deber, si es que deber puede llamarse a eso, en la peor forma que un hombre puede cumplirlo: interrumpiendo una conversación y sacrificando una vida. ¡Qué animal tan bestia! Y digo los ojos porque con las manos y los pies también se ve, como usted no ignorará. »Y es lo que me decía el piojo de mi historia la segunda vez que volví a soñar esa noche: “Ustedes son muy cobardes y muy ingratos también. Hasta el fiscal había descuidado sus sagradas obligaciones. Salté del lecho, encendí la vela, eché mano a un sable viejo y mohoso que conservara como recuerdo de una de nuestras redentoras revoluciones, y comencé rabiosamente, con una ceguedad de ciervo irritado, a repartir cintarazos a diestra y siniestra. ¡Una delicia! Al tener escudo esta familia, su blasón habría sido una pirámide de cráneos, coronada de una tea, sobre un charco de sangre. Que pague su capricho Tucto. Se ha atribuido este modo de observar y referir el mundo andino a una suerte de deformación profesional del autor, haciendo alusión a que el contacto que el mestizo costeño Enrique López Albújar tuvo con esa región geográfica y social fue a partir de su condición de Juez de Primera Instancia en obvia relación con casos delictivos. Toda aquella desmedrada apariencia, con que viniera a mi casa en otro tiempo, había desaparecido. ¿Está bien, taita? El respeto es convencionalismo. Primero por el pueblo para que, según los yayas, todos vieran cómo se cumplía el ushanan-jampi, después por la senda de los cactus. Yo prefiero un piojo a un perro, no sólo porque tiene dos patas más, sino porque no tiene las bajezas de éste. Maille salvó todas las dificultades de la ascensión y, una vez en el pueblo, se detuvo frente a una casucha y lanzó un grito breve y gutural, lúgubre, como el gruñido de un cerdo dentro de un cántaro. La coca es la hostia del campo. Una carcajada general acogió la idea, y ya se preparaba el jefe a ejecutarla, comisionando para ello a su mismo autor, cuando el estallido del incendio lo interrumpió en su posición, arrancándole exclamaciones impías y llenas de arrogancia diabólica. La cuenta estaba muy clara, más clara que el jacha-caldo[*] de sus feligreses; pero no llegaba a los doscientos veinte que había pensado. Con admirable precisión llevaba y traía el manubrio, simulando el acto de cargar y descargar, y se encaraba el arma y hacía funcionar el disparador en los dos tiempos reglamentarios. C/ Duque de Alba, 13. Había aprendido también a soportar la tiranía de las bandas de resistencia, que continuó usando durante su vida de licenciado, y del botín de pasadores, esa especie de suplicio, que parece inventado para torturar por un tiempo el pie del indio, acostumbrado desde que nace a la saludable libertad del yanque[*] y del shucuy. Más allá de lo anecdótico o de los soportes extraliterarios que estos hechos brinden al análisis, lo cierto es que los relatos de López Albújar parten de una experiencia de la realidad, a la que se accede por vía de la observación, la observación de un mundo en el que la justicia y la venganza configuran un cuerpo de leyes de uso y vigencia singulares. ¿Ni qué importancia atribuirle al donjuanismo si su parte más meritoria, que es la conquista del corazón femenino por obra de la galantería de la rumbosidad, de la constancia, de la paciencia, del arte, en una palabra, para el indio es cuestión de brevedad y fuerza? Dos, nada más que dos. No hay nada como una chaccha para la fatiga; nada. Con decirle a usted que el señor cura, al saber quién era el muchacho, lo santiguó y se negó también a recibirlo. Agréguese a esto el egoísmo de una mujer, extrañamente insociable, y se tendrá el cuadro completo del hogar de Julio Zimens. El patrón saltó de su asiento, se encaró al indio y, mirándole fijamente, le preguntó: —¿Y quién te ha dicho que yo estoy apurado por sacar el aguardiente, hombre de Dios? «¿Quién ha hecho esto?». La puerta se abrió y dos brazos se enroscaron al cuello del proscrito, al mismo tiempo que una voz decía: —Entra, guagua-yau[*], entra. Y, después de quitar el seguro y levantar el librillo, se tendió con toda la corrección de un tirador de ejército que se prepara a disputar un campeonato, al mismo tiempo que musitaba: —¡Atención, viejito! Les diré. Y ella me contestó, no te vayas molestar, taita: «Para que trabaje menos y gane más, como taita Ramun». No bebes, no fumas, no te eteromanizas, ni te quedas estático, como cerdo ahíto, bajo las sugestiones diabólicas del opio. Peor que si se tratara de cazar a un tigre. Lo arrojé al suelo, le pasé por encima varias veces el pie, a manera de plancha que lustra una pechera, y me sacudí las manos con repugnancia tardía. ¡Cuánta mudanza en tan poco tiempo! Ésta en la mano derecha para que no vuelva a disparar más. Después lanzó otra montaña delante de Maray, con el mismo resultado, y Maray se detuvo también. Tengo muchos hijos, como tú sabes; el mayor está en Huánuco, en el Seminario, y me cuesta mucho sostenerlo. Seguramente adivinó en el gesto involuntario que hice al verle, que su presencia me había disgustado. Y mi mayor remordimiento es el no haberlo sabido cumplir en silencio, sin llamar la atención de nadie. El Campeón de la Muerte: Tiene como tema, la represalia, el crimen, las creencias, la muerte; donde considera al indio como el asesino, y al mestizo como el héroe. Eres una mulita de la que no da ganas de apearse cuando se está encima. Autor . Tuvo al menos el talento de conquistar a un gringo. —Sí, taita. Un piojo no es así; es franco en el ataque; pica cuando debe picar y ama siempre la altura. A mi criado, a mi mozo de confianza, con un puñal enorme en la diestra y arrodillado humildemente, con una humildad de perro, con una humildad tan hipócrita que provocaba acabar con él a puntapiés. Era a ratos perdidos un insectívoro y un antropófago. Pero será, en todo caso, un vicio nacional, un vicio del que deberías enorgullecerte. — Wiracocha: conquistador español. ¿Que no entiende esa bestia, o lo hago entender yo? —Porque me lo ha mandado el mayor. Y comencé a andar, desorientado, rozándome indiferente con los hombres y las cosas, devorando cuadras y cuadras, saltando acequias, desafiando el furioso tartamudeo de los perros, lleno de rabia sorda contra mí mismo y procurando edificar, sobre la base de una rebeldía, el baluarte de una resolución inquebrantable. All rights reserved. —¡A la quebrada! Construido sobre la base de la experiencia y la observación, Cuentos andinos (1920) constituye el testimonio descarnado y auténtico del impacto emocional que un aspecto de la realidad andina generó en su autor. Y el illapaco, que a previsor no le ganaba ya ni su maestro Ceferino, había preparado el máuser, la víspera de la partida, con un esmero y una habilidad irreprochables. Y el íntimamente fue acentuado con una intención diabólica, a la cual me vi obligado a responder con este elogio más: —Y era también mujer de talento. ¡A la Martina Pinquiray! Si yo te contara, taita, por qué jircas Rondos, Paucarbamba y Marabamba están aquí… II Y he aquí lo que me contó el indio más viejo, más taimado, más supersticioso y más rebelde de Llicua, después de haberme hecho andar muchos días tras él, de ofrecerle dinero, que desdeñó señorialmente, de regalarle muchos puñados de coca y de prometerle, por el alma de todos los jircas andinos, el silencio para que su leyenda no sufriera las profanaciones de la lengua del blanco, ni la cólera implacable de los jircas Paucarbamba, Rondos y Marabamba. —Buenos días, taita —dijo el indio. ¡Y vosotros consintiendo tamaña vergüenza e iniquidad!… ¡Recontra! Y Colquillas vale veinte veces más. Véanla bien. El agradecimiento está bueno para los hombres, para los perros. Son dos hojitas que escaparon de la chaccha devoradora de anoche. Las montañas son caravanas en descanso, evoluciones en tregua, cóleras refrenadas, partos indefinidos. textos. Se los saqué para que no me persiguiera la justicia. ¡Recontra!, que el flete me salió más caro que el artículo. Los múltiples rostros del proletariado en los siglos XVII y XVIII, “Si no hay un control público efectivo de los alquileres habrá más desahucios, más familias en la calle”, MARX JUEGA: UNA INTRODUCCIÓN LA MARXISMO DESDE LOS VIDEOJUEGOS (Y VICEVERSA). La derrota había sido demasiado dura y elocuente para entibiar el entusiasmo y el celo patrióticos. ¿Acaso les tendrán ustedes miedo? En caso de peligro había que salir del paso con una treta o dejarse coger, que ya el patrón vería modos de sacar del apuro al apresado. ¿Un juez no es hombre de consulta? Ante tanto horror, que parecía no tener término, los yayas, después de larga deliberación, resolvieron tratar con el rebelde. Las tierras que están al otro lado de la cordillera son Perú; las que caen a este lado, también Perú. Una vejez que se disuelve en las aguas del tiempo. Él es el que ha tirado la piedra a ese hombre. Así se había llamado, hasta poco antes de la llegada del muchacho, una especie de Rey del Monte andino, que durante diez años había vivido asolando pueblos, raptando y violando mujeres, asesinando hombres y arreando centenares de cabezas de ganado de toda especie al reino misterioso de sus estancias, hasta que la bala de uno de sus tenientes le puso término a sus terribles correrías. Salté del lecho, encendí la vela, eché mano a un sable viejo y mohoso que conservara como recuerdo de una de nuestras redentoras revoluciones, y comencé rabiosamente, con una ceguedad de ciervo irritado, a repartir cintarazos a diestra y siniestra. A tal pregunta, el patrón cambió de actitud, le tiró cariñosamente de una oreja y se decidió a hacerle a Aponte, en un rincón de la cantina, una confidencia, de la que resultó un pacto entre ambos y un cambio de ocupación para el indio. Maille volvió la cara hacia la multitud que con gesto de asco e indignación, más fingido que real, acababa de acompañar las palabras sentenciosas del yaya, y después de lanzar al suelo un escupitajo enormemente despreciativo, con ese desprecio que sólo el rostro de un indio es capaz de expresar, exclamó: —¡Ysmayta-micuy! »¿Luego era cierto lo del sueño? Los hombres y las mujeres de ese universo narrativo actúan como impulsados por los más elementales instintos. Todo lo bueno lo hacían los demás; todo lo mal, Ishaco. — Campo: función concejil y, por extensión, quien la desempeña. Se diría que usted la ha visto también. Y el mayor cargó con él. —A eso voy, precisamente. —¿Qué dices, hombre? Pero el vicio, que en las cosas del hombre sabe más que el hombre, al verme salir, hipócrita, socarrón, sonrió de esa fuga. —Vaya, hombre, echasteis la casa por la ventana y os reconciliasteis con Dios y vuestro patrón. Así ven los chilenos la suya. ANEXO 4 INSTRUMENTO UNIVERSIDAD ANDINA DEL CUSCO. — Chicha: bebida alcohólica, especie de cerveza hecha generalmente con maíz fermentado. ¿Mi culpa? La coca nos aconsejará en el momento de la justicia. Se parece mucho a las chinches, esas bestiezuelas que durante el día duermen, duermen y duermen, apretadas en racimos nauseabundos, y en la noche salen taimadamente a hacer su ración de hombre para volverse, hidrópicas, a sus hediondas madrigueras. Te pregunto si se han marchado ya todos esos marranos. Me levantaba y me sentaba en seguida. Es el segundo el verdadero día de la expansión, día sagrado y profano a la vez, en que la idolatría, la superstición, la sensualidad y la glotonería se chocan, se mezclan y bullen en torno de una imagen grotesca, que la ingenuidad pasea en triunfo, como símbolo de ostentación y cartel de reto a la religiosidad de los pueblos vecinos. El amauta dijo: —La sabiduría de un curaca está en cumplir la ley. En López Albújar, en cambio, el indio es personaje protagónico, y el relato signa la peripecia de su actuación ante un hecho de violencia; la descripción despliega el detenido y rotundo retrato de su psicología pasional vista por la objetividad de un testigo imparcial Es en este sentido, como señala Antonio Cornejo Polar, que su cuentística «se enlaza con la plenitud posterior de la narrativa de este tipo y en cierto modo la prepara y la hace posible». Si los indios se contaran, se organizaran y fueran más a la escuela y bebieran menos, ¡cuántas cosas no harían! Y tuvo razón Tucto al decir que Crispín no andaba lejos, pues a poco de callarse, del fondo de la quebrada surgió un hombre con la carabina en la diestra, mirando a todas partes recelosamente y tirando de un carnero, que se obstinaba en no querer andar. Está más vivo que nosotros. Es preciso que te hagas un hombre de bien. ¿No querrán beber la mía? Si vinieran le haría entender lo que valen los obasinos… ¡Puche!… ¡Tramposo!… Él es el que aconseja todas las picardías y daños que nos hacen los chupanes. Nuevos cuentos andinos. Los tres jirca-yayag[*], que llaman los indios. Se goza en infiltrarse entre las uñas de los pies del hombre. Por eso él pensaba en el porvenir. Y el jinete rojo se desmontó. es un oficial descuidado. No te empecines, regrésate. La suposición está siempre por debajo de la realidad. Y Maray: «La fuerza impone y seduce a los débiles. Vosotros apenas sabéis comer esas porquerías que llamáis tocus[*] y jacha-caldo. Pillco-Rumi sintió rebeldías contra ella y comenzó a odiarla y a pensar en la manera de eludirla. Estas cookies garantizan las funcionalidades básicas y las características de seguridad del sitio web, de forma anónima. La voz Uslar Pietri, A. El camino desandado. Organizó y manejó militarmente una banda de seis mozos, buscados y escogidos por él entre los licenciados, que tanto abundan en las serranías, llenos de pretensiones traídas del cuartel, poco afectos al cultivo del suelo, deseosos de nuevos goces y descontentos de tener que luchar rudamente para ganarse una alimentación y un vestido, que en la milicia, con un fusil y un poco de marchas y contramarchas, que para ellos era una bicoca, se ganaban fácilmente. Ya no sabía, como antes, compeler a los mayordomos a que cumplieran con proveer puntualmente la despensa cural. Uno de los cabecillas respondió: —Pomares no ha podido bajar; se ha quedado herido en Rondos. —Vamos, le haré a usted la pregunta en otra forma. Y al lado del espíritu de rebeldía se alzaba el del desaliento, el del pesimismo, un pesimismo que se intensificaba al verse a ciertos hombres —ésos que en todas partes y en las horas de las grandes desventuras saben extraer de la desgracia un beneficio o una conveniencia— paseando y bebiendo con el vencedor. Juan Jorge aceptó la coca y se puso a chacchar lentamente, con la mirada divagante, como embargado por un pensamiento misterioso y solemne. Tan luego como siente la mano del hombre corre, salta, tiembla, llora y es capaz de revolucionar una casa y hasta de ocasionar un incendio. —Ni el canto de una uña, taita… —Bien ganados los dos carneros. Diez puñales se le hundieron en el cuerpo. —Doña Santosa, tu ama, taita, pide dos reales a la semana por cada sol que nos presta, y cuando se vence el plazo y no le pagamos nos manda a embargar la vaca o el caballo con los decuriones. argumentativos . Runtus, durante el viaje, había caminado pensando: «Mi vejez es sabiduría. Te has limitado a mascarla por diletantismo. Nada de caminar de noche. La sabiduría hermosea el rostro y sabe triunfar de la juventud en el amor». Una vez es ninguna, como dice el adagio. ¿Sabe usted lo que dijo? argumentativos, es una estrategia que adoptada por los docentes. Nastasia lo abrazó. ¿No cree usted en la vida futura, en la inmortalidad y evolución de las almas? ¿Por qué os había de dar Dios, nuestro Señor, de comer si teníais a Santiago, uno de sus santos más queridos, como un pordiosero? Conce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que, al fin, llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba: —No quiero abrazos ni chacta. Porque la coca —ya te lo he dicho— comienza primero por crear sensaciones y después, por matarlas. IV Había reparado yo que Ishaco, cuando no respondía inmediatamente a mis llamadas, al presentarse revelaba azoramiento, y, sin esperar que le interrogara por la demora, comenzaba a disculparse tontamente. —Exageración o no lo de los ojos de Julio Zimens lo cierto es que este hombre logró conmover a todo Huánuco. Cuentos Andinos - El Toro Encantado (Distrito de Huanta - En Español) CONCURSO DE CUENTA CUENTO NIVEL INICIAL . Un Don Quijote en plena noche de gigantes. La carabina, casi tan grande como el muchacho, que en manos tales hubiera podido tomarse por un pasatiempo, manejada en esa forma sugería la idea del peligro. Y pronto, que ya me estás cargando. —¿Oyes, Cunce? La mitad de la fuerza chilena, con su jefe montado a la cabeza, comenzó a escalar el Jactay con resolución. Ya te veía venir. —Pero usted convendrá conmigo en que, por más vulgar que sea aquello de asesinar, en todo asesinato hay algo interesante. Preferí desdoblarme para dejar a un lado al juez y hacer que el hombre con sólo un poco de humanismo salvara los fueros del ideal. ¿Qué ha sido? ¿Y a qué distancia le pusiste la bala? Los primeros, hartos de tentativas infructuosas, de fracasos, de decepciones, en todo pensaban en esos momentos menos en la realidad de una reacción de los pueblos del interior; la segunda, ensoberbecida por la victoria, confiada en la ausencia de todo peligro y en el amparo moral de una autoridad peruana, que acababa de imponer en nombre de la paz, apenas si se detuvo a recoger los vagos rumores de un levantamiento. Aquel reto envolvía una insólita audacia; la audacia de la carne contra el hierro, de la honda contra el plomo, del cuchillo contra la bayoneta, de la confusión contra la disciplina. — Ishcay-realgota: un real de chacta. Por eso he venido en hablar en este libro de los hombres y de las cosas, en cuyo medio vivo realizando obra de amor y de bien. Es lo corriente, y más corriente todavía procesar por estas cosas. Si hablas te ahorco. ¡Recontra! Entre ellos se destacó el Programa Bosques Andinos (PBA), como una iniciativa regional que contribuye a que la población andina que vive en y alrededor de ellos reduzca su vulnerabilidad al cambio climático y reciba beneficios sociales, económicos y ambientales de la conservación de bosques andinos. Dime no más dónde quieres que lo lleve. El indio, dominado, sumiso, metió la mano al huallqui y sacó, sin repugnancia, un lío, cuya fetidez, a medida que lo desenvolvía, iba haciéndose más insoportable. Vense allí cascadas cristalinas y paralelas; manchas de trigales verdes y dorados; ovejas que pacen lentamente entre los riscos; pastores que van hilando su copo de lana enrollado, como ajorca, al brazo; grutas tapizadas de helechos, que lloran eternamente lágrimas puras y transparentes como diamantes; toros que restriegan sus cuernos contra las rocas y desfogan su impaciencia con alaridos entrecortados; bueyes que aran resignados y lacrimosos, lentos y pensativos, cual si marcharan abrumados por la nostalgia de una potencia perdida; cabras que triscan indiferentes sobre la cornisa de una escarpadura escalofriante; árboles cimbrados por el peso de dorados y sabrosos frutos; maizales que semejan cuadros de indios empenachados; cactus que parecen hidras, que parecen pulpos, que parecen boas. El día se ha hecho para trabajar, y en esto del contrabando hay que olfatear y ver venir desde lejos y sin dejarse ver. Y, repentinamente, maniatado y conducido por cuatro mozos corpulentos, apareció ante el tribunal un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo, y que parecía desdeñar las injurias y amenazas de la muchedumbre. — Laupi: árbol cuya madera se prefiere para hacer imágenes. En ello consistió lo que, usando los términos de Pedro Morandé, hemos llamado una estructura de comunicación intercultural en el ámbito de la pintura colonial andina, la cual no se estableció en el nivel del discurso reflexivo, sino en el nivel pre-discursivo del rito y del sacrificio: de la observación eficaz de la dimensión trascendente de la realidad por medio de pinturas. Juan Jorge se levantó bruscamente y exclamó: —¡Tatau! El hombre civilizado tiene la superstición complicada de los oráculos, de los esoterismos orientales; el indio, la superstición del cocaísmo, a la que somete todo y todo lo pospone. Ha zumbado la bala por encima de mi cabeza. Vuestro padre, ENRIQUE, 1920 Los tres jircas[*] A Juan Durand I Marabamba, Rondos y Paucarbamba. A fuerza de marchar había adquirido cierta marcialidad, un andar acompasado y recto, todo lo contrario del trote menudo, leve, cauteloso, encorvado y tigresco del indio serrano, que parece responder, más que a las escabrosidades y alturas que vive ascendiendo y bajando constantemente, a un signo de sumisión y servilismo legendarios. La ingratitud, según los moralistas, la inventó el hombre… »Y el indio se escabulló en menos tiempo del que yo tardé en echarle. … ¿Vas a botarlas? ¿Qué cosa creen ustedes que es Perú? Al pretender coger su carabina para castigar a su teniente Valerio, éste, que tenía ya previsto el choque y que contaba, además, con la complicidad de sus compañeros, anticipándose, disparó contra su jefe, hiriéndole mortalmente. En cuanto a Juan Maille, a quien el servicio militar arrancara oportunamente de las abruptas soledades de su estancia, no había tenido ocasión de hacer nada digno de su nombre. Venta de libros on-line. Eso no se le descubre a una señora. Y, después de la segunda tanda de copas, se despidieron y se dispersaron. ¿Qué hacer con una peseta?… —Lo dicho: ¡unos bestias! Dirección de Cultura de la Universidad de CuencaMúsica: De RaízProducción Musical: De RaizMarco Yupangui / Galo Pacheco / Emanuel Vásconez / Andrei PachecoCo. ; les doy la voz con mi carabina. Como bien sentencia Tomás G. Escajadillo, «López Albújar es el primero en dar una imagen convincente o por lo menos aceptable, verosímil, de una realidad que siempre estuvo allí; el primer narrador que supo darnos emociones sustantivas de la vida de la sierra y algunos escorzos del alma del indio». Aponte vio en esto un porvenir. — Tarjar: salario dependiente del número de tareas realizadas, las cuales marca el patrón al final de la jornada en una cartilla que el peón debe presentar el día de cobro para serle abonadas. Una india, que no tenía más mérito que una carita aceptable. ¿Tú qué dices? Por el contrario, tenían éstos un aire tal de simplicidad, de limpidez, que desconcertaban, que hacían pensar en que, si los ojos son el espejo del alma, no siempre el alma se encuentra reflejada en ellos. Maille se fue a dormir a un tambo[*] y al día siguiente tomó el tren de la sierra, henchida la memoria de recuerdos y el corazón de esperanzas. los. Valerio me hizo una humilde genuflexión, cogió su poncho, que había arrojado al suelo al entrar, y salió, dejándome entregado a mis suposiciones. Ni cuando los espero, los recibo bien. Cuando se tiene varias hijas, bien puede cederse todas, menos la elegida por el padre para el cuidado de su vejez. El indio sonrió por toda respuesta. Los tiros de máuser están hoy muy escasos y no hay que desperdiciarlos en caprichos. En Pisagua, que fue el primer lugar en que me batí con ellos, los vi muy cobardes. Un grito de rebeldía de mi conciencia puso mi corazón entre el engranaje de la disciplina judicial y durante noventa días tuve que soportar el suplicio de la trituración y el asqueroso gesto de malicia con que las gentes ven siempre a los que yerran o caen. —¡Qué hermoso es el fuego, Sabelino! ¿Te parece bien? Los hombres y las mujeres de ese universo narrativo actúan como impulsados por los más elementales instintos. Allí estaba el jornalero, poncho al hombro, sonriendo, con sonrisa idiota, ante las frases intencionadas de los corros; el pastor greñudo, de pantorrillas bronceadas y musculosas, serpenteadas de venas, como lianas en torno de un tronco; el viejo silencioso y taimado, mascador de coca sempiterno; la mozuela tímida y pulcra, de pies limpios y bruñidos como acero pavonado, y uñas desconchadas y roídas y faldas negras y esponjosas como repollo; la vieja regañona, haciendo perinolear al aire el huso mientras barbotea un rosario interminable de conjuros; y el chiquillo, con su clásico sombrero de falda gacha y copa cónica —sombrero de payaso— tiritando al abrigo de un ilusorio ponchito, que apenas le llega al vértice de los codos. 05 Dic. Obra de pueblo superior, de raza fuerte, de gobernadores sabios. ¿Que un marido mató por celos? Y a Runtus, que, como el menos impetuoso y el más retrasado, todavía demoraba en llegar, se limitó a tirarle de espaldas de un soplo. Para esto era necesario un hombre animoso y astuto como Maille, y de palabra capaz de convencer al más desconfiado. Su traje, a pesar de su desaliño y sencillez, revelaba decencia y comodidad: pantalón de paño gris, recios zapatones de becerro, hermoso poncho listado de hilo, que le llegaba a los muslos, y un pañuelo blanco, al parecer de seda, anudado a la cabeza, a la manera de un labriego español. Pero el gran consejo de los yayas, sabedor por experiencia propia de lo que el indio ama su hogar, del gran dolor que siente cuando se ve obligado a vivir fuera de él, de la rabia con que se adhiere a todo lo suyo, hasta el punto de morirse de tristeza cuando le falta poder para recuperarlo pensaba: «Maille volverá cualquier noche de éstas; Maille es audaz, no nos teme, nos desprecia, y cuando él sienta el deseo de chacchar bajo su techo y al lado de la vieja Nastasia, no habrá nada que lo detenga». Zimens tuvo el rasgo señorial de no oponerse ni protestar contra esas miserias. ¿No lo sabéis? Y como me desperté malhumorado, comencé a rascarme, a rascarme hasta pillarme entre los cabellos un piojo, rubio como un inglés albino, y sereno como un filósofo estoico, que, al verse descubierto y entre las yemas de dos dedos homicidas, pareció decirme cuando le llevé a la altura de mis ojos curiosos: “Ya me ves; soy el que te ha salvado la vida anoche”.